Las grandes empresas que fueron dando forma a este inhóspito territorio patagónico no surgieron de la nada, sino que nacieron gracias a la tenacidad de los primeros colonos, hombres de sueños por cumplir, de perseverancia, de fe y de amor a esta tierra, como lo fue Manuel Reynerio Novillo.

Don Manuel fue el descubridor de la cuenca ferrífera el 7 de mayo de 1944 en el departamento San Antonio, a unos 300 km de la costa del mar, pero a pesar del gran hallazgo en sus primeros momentos no tuvo un reconocimiento acorde, sino que debió vagar largo tiempo.

Según las crónicas, tuvo que deambular por funcionarios y promesas, por oficinas y prominentes personajes que no creían en su hallazgo.

En un informe oficial, luego de haberse enviado un técnico a comprobar el yacimiento, se lee que “no hay indicios de que existan minerales que hagan factible una explotación”. Novillo refuta y responde que había varios minerales y en abundancia, como hierro, manganeso, plomo, diatomita, fluorita y otros.

Los curas salesianos que ya estaban apostados en la actual Sierra Grande, el gobernador Lebrero y algunos vecinos fueron los que lo alentaron a no bajar los brazos. Pero todo fue inútil y no logró financiamiento.

No se dejó abatir y continuó con nuevas búsquedas, hasta que esas constantes expediciones fueron minando su salud y falleció el 23 de noviembre de 1955.

Sin embargo, seguía sin ser reconocido. En 1960, en un acto por el que la Nación tomó posesión de los ya reconocidos yacimientos, fue nombrado como al pasar. Tuvo su primer reconocimiento público en 1974 y en la ciudad minera la biblioteca y una calle llevan su nombre como muestra de agradecimiento por ser el protagonista principal en la odisea que dio origen a esta población.