Así
como la propia muerte resulta inconcebible y es pospuesta hasta un futuro
indefinido, tanto más se refuerza en el caso de la muerte de un hijo.
A pesar de lo dicho por Freud: “on meurt a tout âge” (se muere a cualquier edad), la muerte de un hijo produce una abrupta ruptura de la idea de la “continuidad generacional”.
Se desgarra la vida porque se coló definitivamente la muerte.
No se puede aceptar haber sido padre y, asumir la destitución de ser padre de ese hijo.
El valor identificante de ser padre está dado por la vida de un hijo, que es quien le da sentido a la paternidad-maternidad.
Su pérdida sacude estas identificaciones, lo que suele manifestarse muy a menudo con angustias de desintegración.
Así es como lo vemos a Matias, el papá de Nico Gutierre, desintegrado en su extremo silencioso dolor.
“no me reconozco viviendo sin él, no soy yo”
“la muerte de mi hijo marca un antes y un después”.
Se le produjo una modificación de su estado afectivo, nunca más vuelve a ser el mismo, deja un vacío enorme en su vida.
De allí la añoranza de un estado afectivo que existía gracias a la presencia de Nico: recuerdos, palabras, modos de ser con él, actividades comunes, etc. Las fiestas y los aniversarios implican presencias y ausencias.
Es admirable verlos a Matías y Patricia cada día transformando su dolor en una fuerza incomparable,convirtiendo su tragedia en un legado de amor incondicional, sosteniendo su reclamo de justicia.
Un padre que se resiste consciente o inconscientemente a cualquier intento terapéutico de disminuir su dolor y tristeza, ya que cree que son testimonio del amor y de bondad como papá.
Es un duelo para toda
la vida
Cuando aparece el recuerdo, éste se vuelve doloroso muy rápidamente.
El vacío nunca es menos vacío
Sabemos que el agudo dolor que sentimos después de una pérdida semejante irá disminuyendo, pero permaneceremos inconsolables y nunca encontraremos sustituirlo.