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“Cacho” Villagrán, uno de los últimos “molineros” de la zona

El vecino de San Antonio desde hace más de 35 años que se dedica a reparar molinos de viento para extraer agua. Historia impactante.

San Antonio Oeste. Oficio riesgoso el de molinero. Subir a 8 o 10 metros y maniobrar junto a la rueda de chapa que si gira se comporta como una sierra gigantesca capas de seccionar la carne con total facilidad. Nada de vértigo hay que padecer.

Tampoco ninguna fobia al encierro, porque la otra tarea conduce al otro extremo, al pozo que puede alcanzar una profundidad superior a los cien metros y en el que apenas cabe una persona que baja atado a un cable.

Edgardo “Cacho” Villagrán sabe largo de la cuestión. Repara molinos de viento para extraer agua en campos de la zona desde hace más de 35 años. Es uno de los pocos especialistas que queda, y está a punto de retirarse.

En todo este tiempo conoció a todos los jagüeles (o casi) de la región. Cuenta que uno de los más hondos está en la Porfía, una estancia al sur de Las Grutas. Tiene 130 metros. Casi una cuadra y media de abismo. Los habituales rondan entre los 80 y 100 metros, aunque también hay más bajos. Todo depende la altura en que se encuentre la napa de agua. En la franja cercana a la costa del mar es más accesible, relató el experto en una entrevista realizada por FM “Estación de la Bahía”.

El trabajo lo aprendió de antiguos molineros cuando tenía poco más de 20 años, y por pura curiosidad.

“Mirando, nadie me enseñó”, afirmó. También admitió que las primeras experiencias no fueron muy buenas: “Rompí tres molinos”, aclaró.

Bajo tierra, la labor frecuente consiste en reparar las varillas que accionan el sistema de bombeo. Muchas veces llegan hasta el fondo mismo, donde se encuentra el agua.

Cacho tiene un equipo especial para hacerlo. De él depende su vida y lo cuida consciente de eso. Un cable de acero lo desciende por el foso, que puede tener hasta tres metros de diámetro. Va sujeto a un arnés, en una especie de hamaca que le permite maniobrar con facilidad, con llaves, pinzas y otras herramientas de gran tamaño que él diseñó.

El otro extremo del cable lo amarra a una camioneta, que hará los movimientos para subir y bajar, tarea que antes hacían a caballo.

 

Peligros bajo tierra

En las honduras de la tierra la visión es nula y reina la soledad. Tenebroso para cualquiera, y complicado para efectuar las operaciones. Se necesita una buena linterna, un farol o un foco con una extensión larga.

Pero Cacho usa otro sistema que, asegura, es más efectivo: el asistente que está arriba enfoca un espejo con el reflejo del sol, que traslada una luminosidad “mejor que un reflector”.

“Por eso no trabajo los días nublados”, revela.

La seguridad de los elementos con que se trabaja es fundamental. De allí el celo que le pone al cuidado de las piezas del equipo.

El rol del asistente también es relevante. Tiene que tener experiencia y cuidar todos los detalles. Una piedrita que cae adquiere la potencia de una bala capaz de perforar el casco. Una herramienta, ni hablar.

Una vez cayó cerca de 25 metros. Fue hace seis años.

“Solo me fracturé una pierna, y dije no bajo nunca más. Pero a la semana estaba a 90 metros bajo tierra. La necesidad lo lleva a uno a arriesgarse”, resalta.

 

Antiguos molineros

Cacho reconoce a varios de sus antecesores en el oficio.

“La gente de campo cuenta de un señor Artero, que falleció”, recuerda. Otro muy afamado era Ernesto Paredes, conocido como “el Gordo”. También Eleno Arcángel, cuyo nombre lleva el muelle de pescadores.

En General Conesa también había especialistas, como en otros puntos de la región, pues los pozos de agua eran vitales para subsistir en la zona rural.

La labor del molinero se pagaba bien por los riesgos que implica. Muchos lo intentaron, pero desistieron inmediatamente. Se requiere equilibrio emocional, serenidad, además del conocimiento técnico.

Con los años el oficio fue perdiendo vigencia porque los antiguos pozos fueron reemplazados por las perforaciones modernas con bombas eléctricas. Pero aún quedan muchos jagüeles tradicionales que hay que mantener funcionando, y escasean los reparadores.

En una oportunidad desde la Sociedad Rural lo tentaron para dar un curso.

“No tengo problemas, no cobro nada. Se necesita gente que haga el trabajo”, sostuvo.

Pero después no lo contactaron más.

“El que quiera aprender estoy dispuesto a enseñarle”, resaltó

 

Años por un pozo

Antiguamente los pozos se hacían a “pico y pala” y podían demorar hasta dos años cavando para alcanzar finalmente el agua deseada.

Los relatos escuchó Villagrán cuentan que una vez que el pozo alcanzaba cierta profundidad y ya no podían arrojar fuera la palada de tierra, construían una “maleta” con un cuero de potro. Era un bolsón donde cargaban el material, al que luego ataban a un lazo que tiraba un caballo hacia el exterior.

Así una y otra vez, con la dificultad que se acrecentaban mientras más avanzaban tierra abajo. Hay que imaginarse lo dificultoso después de 15 o 20 metros. Mucho más uno de más de 100 metros como el de 130 de la Porfía.


Como se encuentra agua

No es para nada sencillo encontrar agua en cualquier lado. Aquí también se necesita un especialista que tenga una sensibilidad vinculada a lo psíquico.

La técnica más conocida es la “radiestesia”, que se practica con una varilla de mimbre para detectar en qué sitio está la vertiente.

“Hace años conocí a un hombre de Valcheta. Hay que verlo para creerlo. Primero me reía. Caminó con la horqueta hasta que señaló el lugar donde había que cavar. Me dio la horqueta para que probara, y no la podía sostener por la fuerza que hacía hacia abajo.

Yo lo intenté, pero no me funcionó”, recordó.

Un vecino tiene ese poder para hallar agua, Félix Correa, con quien trabaja Cacho.

 

Se pierde

Las nuevas técnicas para extraer agua mediante perforaciones empujan a que poco a poco el oficio de molinero tienda a desaparecer.

No es el único. Escasean también alambradores, como también sogueros y domadores, entre otros.

Para Villagrán “los campos están quedando sin gente”, y uno de los motivos son los bajos salarios.

“Los jóvenes prefieren irse al pueblo”, puntualiza.

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